"No codiciarás la casa de tu prójimo, ni codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de tu prójimo."
El noveno y décimo mandamiento tratan de la codicia, que es una disposición interior y no un acto físico. El Catecismo distingue entre la codicia de la carne (deseo sexual por otro cónyuges) y la codicia de los bienes materiales.
De acuerdo a los textos bíblicos, Jesús enfatizó la necesidad de pensamientos puros, así como de acciones puras, y afirmó que "cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón." El Catecismo afirma que, con la ayuda de la gracia de Dios, hombres y mujeres están obligados a superar la lujuria y otros deseos carnales, "tales como las relaciones pecaminosas con un cónyuge de otra persona." La pureza de corazón es sugerida como una cualidad necesaria para realizar esa tarea. Las habituales oraciones e himnos católicos contienen un pedido para esa importante virtud. La Iglesia identifica los siguientes dones de Dios que ayudan a mantener la pureza de una persona:
Castidad, que permite que las personas se amen con un corazón recto e indiviso.
Pureza de intención, que procura cumplir la voluntad de Dios en todo, sabiendo que solo Él puede llevar a los hombres a su verdadero fin.
"Pureza de la mirada, exterior e interior," disciplinando los pensamientos y la imaginación para rechazar aquellos que son impuros.
Oración que reconoce el poder de Dios de conceder a una persona la capacidad de superar los deseos sexuales.
Modestia y pudor corporal y de los sentimientos, que implica discreción en la elección de las palabras y del vestuario.
Acorde a las escrituras, Jesús declaró que son "bien-aventurados los puros de corazón, porque verán a Dios". La pureza de corazón, que introduce el noveno mandamiento, es la "condición previa" para los santos vean a Dios cara a cara y permite a la persona vea las situaciones puras y las personas como Dios las ve. Esta manera de ver las cosas le permite "aceptar al otro como un «próximo» y comprender el cuerpo humano, el nuestro, y del prójimo, como un templo del Espíritu Santo, una manifestación de la belleza divina". El Catecismo enseña que "hay una conexión entre la pureza del corazón, del cuerpo y de la fe," y los "puros de corazón" aquellos que "ponen el intelecto y la voluntad de acuerdo con las exigencias de la santidad de Dios, principalmente en tres áreas: la caridad, la castidad o rectitud sexual, el amor a la verdad y la ortodoxia de la fe".
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